Quienes hemos nacido influenciados por la cultura occidental, salvo raras excepciones, sentimos que hemos sido lanzados a este mundo sin saber nada, ni del mundo ni de la vida misma. No sabemos por qué estamos aquí, por qué nacimos, donde y de quién nacimos, quién controla el universo en que vivimos, ni qué pasará mañana. Estamos a merced de lo que pueda acontecer, aprendiendo a medida en que vivimos. Andamos como en una especie de sueño en el que todos queremos, simplemente, ser felices, de acuerdo a lo que entendemos por felicidad. Pasamos el tiempo luchando por la vida en temor y desconcierto al acecho de la muerte, a la que divisamos como al enemigo que se lleva nuestra felicidad y que llega en cualquier momento, aunque no la estemos esperando.
Nos preparamos para todo lo que podemos, pero pocos nos disponemos para nuestra propia muerte la cual es, vista sencillamente y en su más absoluta crudeza, como lo que todos los seres humanos compartimos con certeza. Tarde o temprano tú, esta servidora y todos los seres vivientes de la tierra vamos a concluir nuestro viaje, llegando al final de esta existencia después de mucho o poco tiempo de vida, según se vea. No conocemos en qué circunstancias nos iremos, ni cuándo, dónde, ni por qué causa saldremos del vehículo que contiene nuestra alma, pero estamos seguros de que inevitablemente pasaremos por allí. "Lo seguro es que todos vamos a morir. Por lo tanto, debemos prepararnos".
Cuando caminamos por un bosque que no ha sido domesticado por la mano del hombre, no sólo vemos abundante vida a nuestro alrededor; también encontramos a cada paso árboles caídos y troncos deshechos, hojas podridas y materia en descomposición. Donde quiera que miremos, hallaremos muerte además de vida.
Al averiguarlo más de cerca, descubriremos que el tronco que se está descomponiendo y las hojas podridas no sólo hacen nacer nueva vida, sino que ellos mismos están llenos de vida. Los microorganismos están actuando en ellos. Las moléculas están reordenándose. De modo que no hay muerte por ninguna parte. Sólo existe una metamorfosis de las formas de vida. La muerte no es lo contrario de la vida. La vida no tiene opuesto. Lo opuesto de la muerte es el nacimiento, por tanto decimos que La vida es eterna.
Pensamos en la eternidad como si fuera izquierda y derecha; antes, después; de dónde venimos, a dónde vamos. No existen recuerdos del antes, los muertos no vuelven ni se comunican sino mediante relatos arbitrarios, una mente que lo acepta todo sin hacer preguntas. La luz, el túnel, pertenecen a personas que no murieron de verdad. Quien fallece no vuelve. Vida después de la muerte es cuestión de fe en cualquier religión, quizás pecado de orgullo por creernos eternos, pero no hay pruebas. Definimos como posible lo que podemos ser o hacer.
Tratar el tema de la Resurrección del ser humano, en realidad, es la respuesta a una necesidad individual y social, en el sentido que, al demostrar la vida después de la muerte se satisface una de las más importantes necesidades de la humanidad, esto es, el deseo de subsistir, el amor a la inmortalidad y a la eternidad. Más importante que todo, la creencia en la resurrección y la vida eterna dirige, motiva y da propósito a la vida terrenal del ser humano y mantiene los momentos inapreciables de su vida alejados de la banalidad y la falta de propósito. Por otra parte, al debatir el tema de la Resurrección se enfoca una importante cuestión histórica, filosófica, científica y social, puesto que ello es lo que implica esta creencia doctrinal y religiosa que ha sido el objeto de una profunda atención por parte de todas las religiones Divinas.
Ana Cristina Pérez Álvarez
Literatura Contemporánea